Por Solange Lebourges
Muchas personas, si no es que la
mayoría, viven inertes en su país, sin apropiarse de su pasado ni actuar en el
presente. Sólo son ciudadanos en el sentido de nacionalidad; están registrados
en los censos. Algunos, en terribles eventos, despiertan a la ciudadanía con un evento dramático que
los cimbra, con un drama personal o colectivo. Recordemos, por ejemplo, los sismos del 85,
las costureras organizadas en resistencia pacífica; se trata de acontecimientos que dieron base a luchas de la sociedad civil. Cada año leemos y oímos
reiteradamente las mismas llamadas de atención a la ciudadanía: “El 2 de octubre, ¡no se olvida!”, se
repite en la enorme manifestación que recuerda la masacre de 1968, en Tlatelolco.
Cuidémonos de la memoria apagada, rutinaria, la de las conmemoraciones, días de
fiestas que no reactivan realmente una memoria viva, ni provocan una acción. Es más, esta memoria finge recordar, pero en realidad engaña. En
la revista Proceso del 18 de febrero pasado, Marta Lamas titula su artículo: Para no olvidar, y a continuación evoca la atroz vida de dos mujeres de la
sierra de Chiapas y de cómo se vieron obligadas, después de años de
violaciones, golpes, negación de justicia, a matar a un hombre violento,
violador, un depredador sexual. Ellas siguen, años después, en la cárcel.
En Internet, navega en estos días un
texto de Ciro Gómez Leyva llamado Pronósticos para el 2012… Que circule por todo
México…. En él se lee: “Lo que nos pase nos lo merecemos
por no tener memoria histórica o por vender nuestra dignidad”. Y después de
recordar los años del PRI, concluye: “¿Y a estos elegiremos para que nos vuelvan a gobernar…? Pobre México, pobre República. Sólo un país tercermundista reelige a sus dictadores…”.
Es que la memoria es corta en muchos
ciudadanos y las nuevas técnicas de la información obsoletan (si me permiten
este neologismo) todo a la velocidad de la luz y dificultan la jerarquía de las
noticias. El gran periodista Miguel Ángel Granados Chapa siempre hacía mención de los
antecedentes de cada acontecimiento y con su memoria enciclopédica narraba los
pormenores, los detalles escondidos detrás de la vida, de la “plaza pública”,
los antecedentes históricos que permiten aclarar el porqué de hoy.
En México, ahora, las que tienen
memoria - ¡oh, qué tan dolorosa y atroz! - son las madres de tantos asesinados,
torturados y desaparecidos. Las vemos recorrer el país, con la tenue esperanza
de encontrar aunque sea sólo algunos huesos de sus seres queridos. Y nunca
sabemos que una de ellas haya dado con alguien. Ellas sí tienen una memoria lacerante
e incansable y se juntan, se ayudan, porque la memoria es también compartir una
misma historia, es también fraternidad. El movimiento que lidera Javier Sicilia
a raíz del asesinato de su hijo, precisamente fraterniza y se une al dolor de estas
mujeres.
El maestro Michel Descombey era un
ciudadano con memoria histórica; más que todo, con memoria humana. Por un lado,
su vivencia de la segunda guerra mundial, en particular el recuerdo de los niños judíos
arrebatados a sus madres, lo cimbró. Por otra, su conciencia de ciudadano del
mundo lo sensibilizó a cuanto drama o experiencia humana hubiera. A sus 17
años, su primera obra llamada Hermanos humanos, mostraba el camino comprometido
que él emprendía. Luego llegó a México. No era mexicano pero admiraba a Madero
y conocía la historia mexicana. Así la expresó en su obra Conquistas (1982),
que narraba con contundencia las tres conquistas de México: militar, religiosa,
cultural. Una obra redonda, sin concesiones, que, en 30 minutos, acertaba en
contar la realidad de tantos despojos, el sacrificio y el desprecio de los
indios, la esclavitud cultural. Esta obra se presentó decenas de veces en las
funciones didácticas que daba el Ballet Teatro del Espacio en las escuelas y
luego en su sede. Para alumnos de primaria y secundaria, era un recordatorio
histórico. En las charlas que sostenían la Maestra Gladiola
Orozco y el Maestro Michel Descombey con
los presentes, preguntaban: ¿Quién era la Malinche ? Y qué sorpresa y asombro: Muchos no
tenían idea de quién era esa señora. Así también Michel Descombey se adueñaba de la
historia en la obra Che, homenaje al Che Guevara en ocasión de un aniversario
de la maestra Guillermina
Bravo. En un breve y conmovedor drama, el maestro se apropiaba de la epopeya
revolucionaria latinoamericana y hacia vibrar el heroico camino de Ernesto
Guevara. Anteriormente, incluso, en esa obra maestra que es la Ópera
Descuartizada (creada en 1980), y que bailaron generaciones de bailarines,
Michel Descombey contemplaba las revoluciones latinoamericanas, el golpe de
estado en Chile, a través de un fresco sublime, inolvidable. Logró encarnar ahí
el momento histórico, el levantamiento de las fuerzas populares contra las
dictaduras, las oligarquías. En la Ópera Descuartizada, las brujas con sus
sartenes-calaveras materializan los cacerolazos chilenos en apoyo a Pinochet.
El Poder finalmente termina derrotado por la sublevación popular y la marcha
infinita de los pueblos. Detrás de la gasa negra, ellos resurgen eternamente.
Finalmente, señalemos la obra clave
que hizo historia en México. Se trata de Año 0 (1976), obra ecológica y
utópica que recreaba el fracaso de la sociedad de consumo y el anhelo del
regreso a una sociedad genuina, auténtica y libre de ataduras, utopía
manifiesta en el desnudo final de los bailarines. Una obra política en el mejor
sentido de la palabra, que se situó en su justo momento histórico, anticipándolo, incluso.
Por otro lado, el Maestro Michel
Descombey era, en sí mismo, un ciudadano-memoria. Primer bailarín de la Ópera
de París, fue nombrado director de la danza, “Maître de ballet”, el más joven
de la época, a los 31 años. Como escribió el Ministro de la Cultura francés el pasado
7 de diciembre, en un comunicado de homenaje al Maestro:
“Con Michel Descombey, se apaga una
gran estrella de la danza.
Bailarín, coreógrafo, habrá marcado
con una huella determinante la escena artística francesa antes de arraigar su
arte en México, desde hace unos treinta años.
Figura solar, única, en la larga
lista de los directores del Ballet de la Ópera de París, le debemos haber
creado el Studio-Ballet de la Ópera –el magnífico vivero de talentos y
vocaciones que conocemos.”
Fue, pues, audaz y sobresaliente desde su
juventud, y por ello conoció y fue amigo y par de seres brillantes, fue una
luminaria entre luminarias. Contaba, por ejemplo, cómo el general de Gaulle,
presidente de la República
y dirigente de la Francia libre frente a la
invasión nazi, lo llamaba “maître”.
La condecoración de caballero de las
Artes y las Letras le fue otorgada por el escritor y ministro de Cultura André
Malraux. Evocaba sus discusiones con Stravinsky acerca de la musicalidad de
Nijinsky, su encuentro con J. P Sartre, su amistad con Rudolf Nureyev, plasmada
en el homenaje que le rindió en 1993 y en la visita que Nureyev realizó al
Ballet Teatro del Espacio en 1991 y que conmovió a la compañía. Todos estos
datos muestran hasta qué punto el Maestro llevaba con él la historia intelectual
y artística del siglo XX. Añadamos también que llevaba igualmente la historia
musical de siglos porque su cultura musical era asombrosa.
El Ballet Teatro del Espacio, con
sus dos directores a la cabeza, Gladiola Orozco y Michel Descombey desde 1977,
hizo historia durante 43 años (los primeros 16 años con el nombre de Ballet
Independiente). Fue pionero, parangón, ejemplo, motivo de admiración, de
envidia, fue manantial y fuente de inspiración, escuela y compañía, centro
cultural, aventura y sueño para bailarines, creadores, público, para la
sociedad; fue imán para muchos artistas, sacudió
y provocó, renovó la danza contemporánea y la escena mexicana, en
particular a través de las creaciones de Michel Descombey. Por lo mismo,
desaparecerlo en 2009 con indiferencia y brutalidad fue atentar contra la
memoria, la historia y también en consecuencia contra los ciudadanos.
En la sede del Ballet Teatro del
Espacio, siempre hubo signos inequívocos de su memoria histórica. En la pared
del salón, un escrito de Bakunin decía: “Es intentando lo imposible como el
hombre ha logrado siempre lo posible.” Y en la entrada, un cartel denunciaba la
matanza de Acteal, un río ominoso de sangre.
No hace falta ser mexicano para
serlo, ni hace falta tener una nacionalidad para defender a un país, ser
ciudadano en toda la extensión de la palabra. Además en el arte es en dónde
todo ser humano puede encontrar su país. El escritor español Jorge Semprún, con
nacionalidad francesa, escribía en francés su desgarradora experiencia de los
campos de concentración en La escritura o la vida. El escritor polaco Joseph
Conrad escribía en inglés El corazón de las tinieblas, pesadillesco relato
de la colonización en el Congo. La universalidad del arte es un truismo. Los
grandes artistas pertenecen a todos los seres humanos, son ciudadanos de todos
los países y a veces adoptan tal o cual país para ensancharlo.
Sean estas líneas un humilde tributo de su musa a la
memoria de ese gran artista del siglo XX y ciudadano del mundo, Michel
Descombey.
Foto: Michel Descombey por Jorge Ontiveros.
Foto: Michel Descombey por Jorge Ontiveros.