Memoria y ciudadanía

Por Solange Lebourges

Un ciudadano cabal debe o debería, para ejercer sus derechos y deberes, tener memoria. Para empezar, de su historia, de su pasado, de quienes construyeron su país, de quienes lo ilustraron con su arte, lo amaron con su sacrificio, o en cambio, lo destruyeron con su miseria intelectual, política, económica, lo saquearon, lo despreciaron con su avaricia, su ignorancia. Los dos términos, memoria y ciudadanía, están fuertemente ligados. Se dice y es un lugar común,  que un pueblo que carece de memoria tampoco tiene futuro. Un ciudadano auténtico es, por tanto, un hombre que forma parte de la “civis”, de la sociedad, que se involucra, se sitúa, toma partido y actúa. Es alguien cuya acción pesa sobre sus conciudadanos, les deja un legado, una aportación, una memoria a su vez. Un ciudadano puede verse como eslabón de una cadena humana: trepado en los hombros de quienes lo antecedieron, con el objetivo de ver más lejos (según una comparación renacentista). Un ciudadano auténtico se reconoce como tal debido a que hace avanzar la historia con su reflexión, su energía, su creación y su genio.

   Muchas personas, si no es que la mayoría, viven inertes en su país, sin apropiarse de su pasado ni actuar en el presente. Sólo son ciudadanos en el sentido de nacionalidad; están registrados en los censos. Algunos, en terribles eventos, despiertan a la ciudadanía con un evento dramático que los cimbra, con un drama personal o colectivo. Recordemos, por ejemplo, los sismos del 85, las costureras organizadas en resistencia pacífica; se trata de acontecimientos que dieron base a luchas de la sociedad civil. Cada año leemos y oímos reiteradamente las mismas llamadas de atención a la ciudadanía: “El 2 de octubre, ¡no se olvida!”, se repite en la enorme manifestación que recuerda la masacre de 1968, en Tlatelolco. 
   Cuidémonos de la memoria apagada, rutinaria, la de las conmemoraciones, días de fiestas que no reactivan realmente una memoria viva, ni provocan una acción. Es más, esta memoria finge recordar,  pero en realidad engaña. En la revista Proceso del 18 de febrero pasado, Marta Lamas titula su artículo: Para no olvidar, y a continuación evoca la atroz vida de dos mujeres de la sierra de Chiapas y de cómo se vieron obligadas, después de años de violaciones, golpes, negación de justicia, a matar a un hombre violento, violador, un depredador sexual. Ellas siguen, años después, en la cárcel.
   En Internet, navega en estos días un texto de Ciro Gómez Leyva llamado Pronósticos para el 2012… Que circule por todo México…. En él se lee: “Lo que nos pase nos lo merecemos por no tener memoria histórica o por vender nuestra dignidad”. Y después de recordar los años del  PRI, concluye: “¿Y a estos elegiremos para que nos vuelvan a gobernar…? Pobre México, pobre República. Sólo un país tercermundista reelige a sus dictadores…”.
   Es que la memoria es corta en muchos ciudadanos y las nuevas técnicas de la información obsoletan (si me permiten este neologismo) todo a la velocidad de la luz y dificultan la jerarquía de las noticias. El gran periodista Miguel Ángel Granados Chapa siempre hacía mención de los antecedentes de cada acontecimiento y con su memoria enciclopédica narraba los pormenores, los detalles escondidos detrás de la vida, de la “plaza pública”, los antecedentes históricos que permiten aclarar el porqué de hoy.
  En México, ahora, las que tienen memoria - ¡oh, qué tan dolorosa y atroz! - son las madres de tantos asesinados, torturados y desaparecidos. Las vemos recorrer el país, con la tenue esperanza de encontrar aunque sea sólo algunos huesos de sus seres queridos. Y nunca sabemos que una de ellas haya dado con alguien. Ellas sí tienen una memoria lacerante e incansable y se juntan, se ayudan, porque la memoria es también compartir una misma historia, es también fraternidad. El movimiento que lidera Javier Sicilia a raíz del asesinato de su hijo, precisamente fraterniza y se une al dolor de estas mujeres.
  El maestro Michel Descombey era un ciudadano con memoria histórica; más que todo, con memoria humana. Por un lado, su vivencia de la segunda guerra mundial,  en particular el recuerdo de los niños judíos arrebatados a sus madres, lo cimbró. Por otra, su conciencia de ciudadano del mundo lo sensibilizó a cuanto drama o experiencia humana hubiera. A sus 17 años, su primera obra llamada Hermanos humanos, mostraba el camino comprometido que él emprendía. Luego llegó a México. No era mexicano pero admiraba a Madero y conocía la historia mexicana. Así la expresó en su obra Conquistas (1982), que narraba con contundencia las tres conquistas de México: militar, religiosa, cultural. Una obra redonda, sin concesiones, que, en 30 minutos, acertaba en contar la realidad de tantos despojos, el sacrificio y el desprecio de los indios, la esclavitud cultural. Esta obra se presentó decenas de veces en las funciones didácticas que daba el Ballet Teatro del Espacio en las escuelas y luego en su sede. Para alumnos de primaria y secundaria, era un recordatorio histórico. En las charlas que sostenían la Maestra Gladiola Orozco y el Maestro Michel Descombey  con los presentes, preguntaban: ¿Quién era la Malinche? Y qué sorpresa y asombro: Muchos no tenían idea de quién era esa señora. Así también Michel Descombey se adueñaba de la historia en la obra Che, homenaje al Che Guevara en ocasión de un aniversario de la maestra Guillermina Bravo. En un breve y conmovedor drama, el maestro se apropiaba de la epopeya revolucionaria latinoamericana y hacia vibrar el heroico camino de Ernesto Guevara. Anteriormente, incluso, en esa obra maestra que es la Ópera Descuartizada (creada en 1980), y que bailaron generaciones de bailarines, Michel Descombey contemplaba las revoluciones latinoamericanas, el golpe de estado en Chile, a través de un fresco sublime, inolvidable. Logró encarnar ahí el momento histórico, el levantamiento de las fuerzas populares contra las dictaduras, las oligarquías. En la Ópera Descuartizada, las brujas con sus sartenes-calaveras materializan los cacerolazos chilenos en apoyo a Pinochet. El Poder finalmente termina derrotado por la sublevación popular y la marcha infinita de los pueblos. Detrás de la gasa negra, ellos resurgen eternamente.
   Finalmente, señalemos la obra clave que hizo historia en México. Se trata de Año 0 (1976), obra ecológica y utópica que recreaba el fracaso de la sociedad de consumo y el anhelo del regreso a una sociedad genuina, auténtica y libre de ataduras, utopía manifiesta en el desnudo final de los bailarines. Una obra política en el mejor sentido de la palabra, que se situó en su justo momento histórico, anticipándolo, incluso.
    Por otro lado, el Maestro Michel Descombey era, en sí mismo, un ciudadano-memoria. Primer bailarín de la Ópera de París, fue nombrado director de la danza, “Maître de ballet”, el más joven de la época, a los 31 años. Como escribió el Ministro de la Cultura francés el pasado 7 de diciembre, en un comunicado de homenaje al Maestro:
“Con Michel Descombey, se apaga una gran estrella de la danza.
Bailarín, coreógrafo, habrá marcado con una huella determinante la escena artística francesa antes de arraigar su arte en México, desde hace unos treinta años.
Figura solar, única, en la larga lista de los directores del Ballet de la Ópera de París, le debemos haber creado el Studio-Ballet de la Ópera –el magnífico vivero de talentos y vocaciones que conocemos.”
   Fue, pues, audaz y sobresaliente desde su juventud, y por ello conoció y fue amigo y par de seres brillantes, fue una luminaria entre luminarias. Contaba, por ejemplo, cómo el general de Gaulle, presidente de la República y dirigente de la  Francia libre frente a la invasión nazi, lo llamaba “maître”.
   La condecoración de caballero de las Artes y las Letras le fue otorgada por el escritor y ministro de Cultura André Malraux. Evocaba sus discusiones con Stravinsky acerca de la musicalidad de Nijinsky, su encuentro con J. P Sartre, su amistad con Rudolf Nureyev, plasmada en el homenaje que le rindió en 1993 y en la visita que Nureyev realizó al Ballet Teatro del Espacio en 1991 y que conmovió a la compañía. Todos estos datos muestran hasta qué punto el Maestro llevaba con él la historia intelectual y artística del siglo XX. Añadamos también que llevaba igualmente la historia musical de siglos porque su cultura musical era asombrosa.
    El Ballet Teatro del Espacio, con sus dos directores a la cabeza, Gladiola Orozco y Michel Descombey desde 1977, hizo historia durante 43 años (los primeros 16 años con el nombre de Ballet Independiente). Fue pionero, parangón, ejemplo, motivo de admiración, de envidia, fue manantial y fuente de inspiración, escuela y compañía, centro cultural, aventura y sueño para bailarines, creadores, público, para la sociedad; fue imán para muchos artistas, sacudió  y provocó, renovó la danza contemporánea y la escena mexicana, en particular a través de las creaciones de Michel Descombey. Por lo  mismo, desaparecerlo en 2009 con indiferencia y brutalidad fue atentar contra la memoria, la historia y también en consecuencia contra los ciudadanos.
   En la sede del Ballet Teatro del Espacio, siempre hubo signos inequívocos de su memoria histórica. En la pared del salón, un escrito de Bakunin decía: “Es intentando lo imposible como el hombre ha logrado siempre lo posible.” Y en la entrada, un cartel denunciaba la matanza de Acteal, un río ominoso de sangre.
   No hace falta ser mexicano para serlo, ni hace falta tener una nacionalidad para defender a un país, ser ciudadano en toda la extensión de la palabra. Además en el arte es en dónde todo ser humano puede encontrar su país. El escritor español Jorge Semprún, con nacionalidad francesa, escribía en francés su desgarradora experiencia de los campos de concentración en La escritura o la vida. El escritor polaco Joseph Conrad escribía en inglés El corazón de las tinieblas, pesadillesco relato de la colonización en el Congo. La universalidad del arte es un truismo. Los grandes artistas pertenecen a todos los seres humanos, son ciudadanos de todos los países y a veces adoptan tal o cual país para ensancharlo.

Sean estas  líneas un humilde tributo de su musa a la memoria de ese gran artista del siglo XX y ciudadano del mundo, Michel Descombey.




Foto: Michel Descombey por Jorge Ontiveros.